viernes, 15 de abril de 2011

EL ARCO DE TRIUNFO. Cuento escrito por el Dr. Hugo B. Escalante

Se levantó como todos los días. Muerto de cansancio. Se dirigió lentamente hacia el baño en donde tenía el repuesto de los pañales geriátricos que le había suministrado el Pami. Una docena, no vaya ser que se acostumbre y los necesite todos los días.

Así las cosas, se lavó concienzudamente, y se colocó el pañal con alguna dificultad, porque no podía, como antes, mover los brazos hacia atrás por su cervical y porque ahora tenía que hacerlo solo. María su queridísima esposa, ya había fallecido y se había ido de éste valle de lágrimas hacia un tiempo.

Las malditas tiras aseguradoras se negaban a pegarse y por ende, el pañal se caía. Fue a buscar otro y se encontró con la bolsa vacía: ya había gastado su partida mensual. Y ahora ?. Su nuera le había pedido que le hiciera un favor para lo cuál debía ir a lo que le sonaba pomposo: Palacio de Justicia, al que por suerte o por desgracia, nunca había ido. Apenas lo conocía de afuera, cuando recordaba aquellos años en que llevaba al pibe al Parque Independencia y pasaba por la adusta fachada del edificio. Siempre le tuvo aprehensión y no sabía por qué. Le recordaba, a veces, cuando vió fotos de la guerra, a los edificios alemanes. Pero, supuso, cualquier parecido con la realidad, era una ficción. Así que pensado así, siguió intentando ponerse el mismo pañal que no cerraba bien.

Parecía que tenía vida propia. Cuando creía haberlo fijado convenientemente, se caía. Y con el problema de su incontinencia, no podía salir a la calle porque era evidente que se iría ensuciando y encharcando la vereda y el ómnibus, con la consiguiente vergüenza.

Como el pañal se seguía resistiendo a no más poder con su maldita vida propia, se le ocurrió una idea que consideró brillante: se colocaría como especie de cinturón con cordel de cobre que guardaba de sus viejos tiempos de electricista.

Y así lo hizo, aunque reconoció que lo había apretado en demasía porque parecía que el estómago se le salía por la boca. Pero ya era tarde y no podía iniciar el proceso de colocado del cordel y porque temía que se le cortara y con ello, se quebraría la última posibilidad de no sólo salir de casa, sino la de llegar a tiempo.

Cuando muy aprehensivo llegó al imponente edificio, al entrar, se encontró con una amable mujer policía que le indicó suavemente, pero con firmeza, que debía pasar por unos arquitos metálicos por razones de seguridad.

Como era lógico, llevaba en su carterita, las llaves de su casa, su documento de identidad y algunos papeles que algún día fueron importantes.

Cuando el famoso arquito repiqueteó, se asustó. Qué pasaría con él ahora ?. Amablemente la mujer policía, le indicó que dejara sus llaves y la carterita, la que revisó concienzudamente, encontrando solamente los papeles y un clip. Y le indicó que volviera a pasar.

Grande fue su sorpresa, cuando el arquito volvió a sonar. Y ahora qué ? Rápidamente se acordó que guardaba algunas moneditas en su bolsillito delantero del pantalón, por lo que, poniéndose en posición extraña, retrayendo un pie y medio levantándolo, intentó bucear las malditas monedas que se resistían a que las tomara con dos dedos (índice y pulgar) únicos que entraban.

Ya sudando, extrajo las mismas luego de una lucha cuerpo a cuerpo con ellas, y dejadas a un lado del arco, pretendió pasar nuevamente, mientras la cola de profesionales se había agrandado enormemente por la hora y en donde empezaban a sonar algunos comentarios sarcásticos unos y bromistas, otros.

Y, oh, maldición: el arco volvió a sonar !. Qué diablos estaba pasando ?. Mientras pensaba qué era lo que hacía sonar repetidamente tal adminísculo, y mientras los comentarios bromistas cesaban, se dio cuenta aterrado: debía ser, a no dudarlo, el cordón de alambre de cobre que le sujetaba el pañal. Y cómo hacía ahora?

Acercándose lo más que pudo, rojo a más no poder, a la policía le comentó por lo bajito que si era posible que el cordoncito de cobre que llevaba en la cintura podría causar tamaño problema. Extrañada, la policía le manifestó en alta voz que se lo sacara. Pero para ello –pensó-, debía pasar por el baño porque no iba a pretender la representante de la ley que se lo sacara delante de todos, porque tenía que desprenderse los botones del pantalón, sostenerlos con algo, para que no se cayeran y –aterrado recordó- cortarlo porque lo había anudado con una pinza. Pero –le aclaró ya no tan afablemente la autoridad- si pasaba al baño, debía hacerlo con un policía hombre y si lo hacía, ya rompía con las estrictas órdenes recibidas de que nadie –absolutamente nadie- podía dejar de pasar por el arco, porque significaba entrar por el costado –irrespetando la orden- o dejar que sonara estruendosamente la alarma.

Optó, entonces, por sugerir afablemente la agente, que concurriera a algún baño de los numerosos bares de las cercanías y procediese a sacar –de cualquier forma- el famoso alambre de cobre de su cintura.

Habiendo concurrido al cuarto bar, ya que los otros todos tenían el cartelito de “sólo para clientes”, intentó zafar del alambre el que intentó cortar por todos los medios, pero tirando de él, porque no llevaba herramienta alguna, hasta que decidido encaró al encargado y le solicitó una pinza. Con extrañeza, éste se la suministró, no sin pensar antes si no pretendería éste sujeto llevársele la grifería del baño. Pero, al fin !, el alambre se cortó.

Apretándose como pudo el pañal con el pantalón y el cinto, casi hasta ahogarlo, porque las cintas se negaban a pegarse, agradeció al encargado y salió para el Tribunal con el alambre en el bolsillo.

Cuando llegó, nuevamente la chicharra del maldito artefacto volvió a sonar y ya –con cancha y experiencia- sacándose las monedas y las llaves, recordó el alambre en el bolsillo, el que también sacó y depositó todo en la mesita de al lado, adminículos que tomó una vez pasado el arco, el que ahora sí, no sonó.

Como ya se había hecho tarde para el encuentro con su nuera pensó que ésta ya se había ido, pero la encontró, muy nerviosa, en el lugar de la cita: el bar del Colegio de Abogados.

Allí, con disimulo y mirando para todos lados, le entregó un expediente y un paquetito, solicitándole le hiciera el grandísimo favor de tomarlos y llevárselos a su casa. No quiso preguntar qué contenía el paquetito que pesaba como el diablo, pero como intuía desde hace tiempo que sus andanzas, como las de su hijo –maldito mundo globalizado- no estaban del todos acordes con los dictados de la moral, religión o ley, asintió con la cabeza y se tomó el cafecito .-que inclusive tuvo que pagar- porque aduciendo urgencia ya que llegaba tarde a otra cita, su nuera se retiró dejándolo con el expediente titulado “Sumario nro. 2384/01” Víctima: XXXX. y el paquete que puso en su bolsillo.

Y allí empezó a sudar frío. Porque recordó de golpe el arco y pensó que tanta era la estrictez a la entrada, cuanto más sería a la salida...Por lo que encaminándose despaciosamente hacia una salida, empezó –con cara de perder tiempo- a mirar de soslayo cómo era el sistema para salir. Y con asombro y al mismo tiempo, con alivio, se dio cuenta que nadie pasaba por el arco para salir. Y encima recordó que el ascensor que utilizó cuando trataba de hubicar a su nuera, le agradeció por su visita.

Cuando llegó a su casa, empezó a mirar detenidamente el expediente en el que aparecía involucrado su hijo en un robo a mano armada habiendo sido detenido antes de su consumación y secuestrada el arma empleada.

Sudando frío, abrió lentamente el paquetito y vio que en el mismo se encontraba curiosamente un arma del mismo calibre del arma secuestrada: una 22.

Sentado y mirando fijo tanto el expediente como al arma, se dio cuenta que si bien es cierto que nadie entraba con algo prohibido, quizás todos salían con algo: quizás algún teléfono, quizás otro expediente importante, quizás algún monitor o CPU o por qué no: un sello de juzgado o las llaves de algún profesional o de algún juzgado.

De suerte que el descubrimiento de nuestro héroe, quizás ya se practique con más asiduidad que lo que uno supone...de lo que se deduce, que los agujeros negros en la seguridad, a pesar de los arcos de triunfo, que los hay, los hay.

Autor: Dr.Hugo B.Escalante
Fecha:
22/01/2003

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